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Quien pretende ser llamado y reconocido como líder, debe aprender a lidiar con la ira, el estrés y ser capaz de aceptar los errores; su gran reto es desarrollar la inteligencia emocional.
11 octubre 2019
Quien pretende ser llamado y reconocido como líder, debe aprender a lidiar con la ira, el estrés y ser capaz de aceptar los errores. Su gran reto es desarrollar la inteligencia emocional.
En 1990, cuando Peter Salovey y John Mayer hablaron por primera vez del concepto de inteligencia emocional, la historia de la humanidad tenía ya un interminable rosario de líderes en todos los campos. Daniel Goleman divulgó el concepto en 1995 y desde entonces, a quien se le reconoce como líder, se le exige tener una alta competencia en inteligencia emocional.
Este concepto, que algunos consideran más comercial que académico, divide a los teóricos, aunque simultáneamente ha tenido buen recibo en el mundo laboral donde también es común que haya confusión sobre los roles y el significado de jefe, directivo o líder.
Jairo Carrillo, profesor de psicología de la Universidad Nacional de Colombia, sin aludir específicamente a la idea de inteligencia emocional, considera que el dominio de las emociones es un componente del liderazgo.
En su trayectoria profesional como formador de líderes ha preferido manejar el concepto de ‘automonitoreo’ que reconoce como ‘vecino’ de la inteligencia emocional y útil para que las personas puedan mejorar su capacidad de liderar, integrarse a grupos y entenderse con otras personas.
Automonitoreo se refiere a la capacidad que tienen todas las personas, en mayor o menor grado, de percatarse del impacto que tiene su comportamiento en ellas.
“Yo creo que eso es muy parecido a la inteligencia emocional, sobre todo en el componente intrapersonal. En mi opinión, aunque no lo he verificado en estudios y lo lanzo como una hipótesis, las personas que desarrollen esa capacidad de automonitoreo tienen muchas más posibilidades de ser buenos líderes que las que no”.
Carrillo explica que existen instrumentos de uso académico para medir el automonitoreo, con los cuales las personas pueden autodiagnosticarse y observar si en esa habilidad tienen un nivel bajo, medio o alto.
Para Iván Martínez, profesor de psicología de la misma universidad, la inteligencia emocional “tiene un pie en el ámbito cognitivo y otro pie en el aspecto emotivo” y ambos constituyen parte fundamental de los seres humanos.
Las investigaciones de algunos autores sobre presidentes exitosos, comenta Martínez, muestran que el 80% de su éxito se debe a su inteligencia emocional, más que a su inteligencia cognitiva, a su capacidad de generar grupos, equipos, controlar sus ansiedades y preocupaciones.
“Creo que el tema de la inteligencia emocional es interesante y ayuda a muchas cosas. Por ejemplo, a temas de resolución de conflictos, motivación y, obviamente, aporta al liderazgo porque es recomendable que una persona que esté orientando a un grupo de trabajo, bien sea porque tiene el cargo, el rango o las características personales para hacerlo, sea capaz de autorregularse, y autorregular sus emociones”, dice Martínez.
En el mundo laboral y de las organizaciones, la regulación emocional facilita la relación entre las personas independientemente de que sean líderes o liderados, jefes o subordinados, tengan mando o sean mandados; porque son personas que viven emociones y es bueno que haya un conocimiento de la dinámica emocional.
“No soy de los que opinan que todas las emociones afectan negativamente el trabajo. Creo que todas las emociones están presentes en el trabajo. Dicho de otra manera, en el trabajo o en cualquier actividad, siempre hay presente por lo menos una emoción. Eso no quiere decir que la emoción tenga un efecto negativo en la calidad de la labor que uno está haciendo”, afirma el docente e investigador.
Martínez reconoce que una emoción podría afectar a un médico que hace una cirugía de riesgo y generarle inseguridad o temor; pero una emoción también puede tener un efecto positivo en un músico o en un deportista de alto rendimiento cuando realizan sus máximos esfuerzos. “La emoción agrega sentido. Si no está presente esa pasión, la persona se limita a seguir un libreto, así este le dé resultado”, comenta.
La inteligencia emocional no es solo un componente necesario para ejercer el liderazgo o para poner en práctica en las organizaciones, sino también en la vida cotidiana. “Los aportes son muchos, independientemente del nombre, de las teorías”, dice Martínez.
Además de insistir en que en la interacción con otro, las regulaciones de las emociones deben estar atendidas porque en caso contrario, en el ambiente de trabajo; por ejemplo, con una palabra una persona puede desmoronar el esfuerzo de muchos.
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Excelente información para aplicar en nuestro entorno laboral y profesional
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